Si Ariadna no le hubiera dado a Teseo la idea de ir dejando
un hilo como guía durante su incursión en el laberinto, el valiente príncipe hubiera
sido irremisiblemente devorado por el feroz Minotauro. Si Tina Codina y Miquel
Ferrer no tuviesen el ímpetu con el que cuentan, quizás no gozaríamos de maravillosos
proyectos como Cultura a Casa, empeñado en que el arte y la cultura irrumpan en
el salón (y en la cocina, y en el baño, y en los dormitorios) de nuestros
espacios más cotidianos para convertirlos, durante un rato, en escenarios
improvisados o en campos de trabajo.
Nuestro estreno “doméstico” tuvo lugar en un edificio del
barrio de Canamunt, centro histórico de Palma, en una vivienda laberíntica que,
como es habitual en la arquitectura popular de la ciudad, se organiza en habitáculos sin función definida, muchos ventilados a través de otras estancias. Convenía,
pues, convertirnos en Teseos y reconocer el espacio antes de ocuparlo.
Tampoco
nos vino mal –para afrontar el trabajo que se avecinaba- conocer los secretos
de los diferentes laberintos de la historia. Aun en Creta, conocimos el Palacio
de Cnosos. Tras perdernos en sus innumerables habitaciones, paseamos por los
jardines ingleses y por ciertas catedrales de Francia. Visitamos orfanatos en
Ámsterdam, universidades en Berlín, termas en Suiza y museos en espiral, todos
ellos con distribuciones enmarañadas. Finalmente, los proyectos de Mies van der
Rohe nos descubrieron que, en la arquitectura moderna, también hay “habitaciones
oscuras”, donde buscar y encontrar (si no, que le pregunten a Marc y a su
Minotauro de papel couché) monstruos tan fieros como los de la Antigua Grecia.
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