En la época de los hashtag, de los sustantivos verbalizados y de los anglicismos que de repente designan las prácticas más tradicionales, podemos decir que los conceptos están de moda. Así, las autofotos, las apariencias y vaciarse un cubo de hielo en la cabeza han sido relegados por los selfies, los fakes y el Ice Bucket.
Del mismo modo, las metodologías divulgadas en las escuelas de magisterio de los '60 renacen ahora como grandes y novedosos descubrimientos, bajo títulos tan rimbombantes como Pensamiento Divergente, Inteligencias Múltiples o los Métodos de Kumon, Doman o Waldorf, entre muchos otros. Pero lo cierto es que estos sistemas (o la mayoría de ellos) no son más que reinterpretaciones de otros de finales del s.XIX, basados sobre todo en el desarrollo personal del niño a partir de su autonomía y de su relación con el entrono.
Márketing a parte, es evidente que el aprendizaje, especialmente en las edades más tempranas, guarda estrecha relación con lo que sucede a nuestro alrededor, empezando por la luz blanca del paritorio y siguiendo por el hogar, la plaza del pueblo y, muy notoriamente, el colegio, donde pasamos -al menos- 27.432 horas de nuestra vida (*). Precisamente por ello, resulta sorprendente que las normativas se limiten regular la seguridad y la economía de los espacios escolares. Tras haber trabajado como arquitecto supervisor en el Instituto Balear de Infraestructuras Educativas, puedo afirmar que los esfuerzos de la Administración se centran más (si no totalmente) en la adecuación al presupuesto que en la calidad de los espacios formativos, regresando así a una arquitectura más propia de la República, caracterizada por la sobriedad y la escasez de medios. Si volvemos la mirada hacia el norte (esa práctica habitual y recurrente hoy en día), encontraremos una estrecha relación entre el éxito de la educación y los espacios en que ésta tiene lugar. Estructuras flexibles, abiertas, en relación con el exterior... Espacios que fomentan la creatividad y la experimentación y que, por tanto, forman parte del proyecto educativo, le sirven de apoyo y ayudan a darle sentido.
Escuela Vittra (Rosan Bosch) Suecia, 2008
En esta dirección, y tratando de huir de la lacra económica, hemos trabajado durante cuatro meses con un grupo de profesores de Educación Infantil, Primaria y Secundaria. Enmarcados en el inmejorable entorno de la Fundación Pilar i Joan Miró, quince niños de más de 18 años se han familiarizado con los conceptos básicos del espacio arquitectónico, descubriendo su poder como generador de emociones, relaciones y sentimientos. Acercándonos al espacio con otros ojos (y otros oídos, y otras manos), hemos descubierto cómo integrarlo al aprendizaje, cómo jugar con él para que no sea solo un contenedor, sino la más potente herramienta educativa. El aula, el entorno y nosotros mismos como parte de un todo, donde la luz, los colores, las formas y la capacidad de asombro modifican por completo los volúmenes que habitamos. Donde la imaginación, la diversión y la espontaneidad nos recuerdan que, a pesar de superar con creces los 18, seguimos necesitando espacios estimulantes.
(*) Horas lectivas anuales según el informe de la OCDE, con datos de 2009.
(*) Horas lectivas anuales según el informe de la OCDE, con datos de 2009.
El cuerpo como herramienta de aprendizaje
La evolución del espacio arquitectónico
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