La semana pasada, una de nuestras
mitades viajó a Malmö (Suecia). Sé que cuatro días no son suficientes para
conocer una ciudad, pero mi creciente curiosidad por los países escandinavos y
el hecho de viajar sola –circunstancia que acentúa la sensibilidad y las
capacidades receptivas- me revelaron que en ciertos lugares del mundo existen
territorios aventajados a los que deberíamos intentar, por lo menos,
parecernos.
Malmö es una ciudad pequeña, con
una población de 280.000 habitantes y una densidad de 1.942 personas por km2.
Paseando por sus calles, se respira una atmósfera relajada, segura y saludable,
hecho que en principio podríamos atribuir a la situación actual del país, con
solo un 7,50 % de tasa de desempleo y un escenario económico próspero. Sin embargo,
tras estos cuatro días de paseos, charlas y voyeurismo urbano, he llegado a la
conclusión de que la causa principal de tal bienestar no radica en la
tranquilidad dineraria de los malmones, sino en algo tan inmaterial como su
relación con el entorno.
Empecemos por el principio: el
programa medioambiental del Ayuntamiento de Malmö fija su principal objetivo en
la consecución de la “mejor ciudad del mundo en cuanto a desarrollo urbano
sostenible”, entendiendo que ello depende de “fuertes lazos entre gobernantes,
ciudadanos, empresas, organizaciones y demás actores orgullosos de vivir y
trabajar en una ciudad comprometida con tal fin”. Según el mismo programa, que
pretende sentar las bases del nuevo plan integral de sostenibilidad, la
reducción del consumo energético por persona en 2020 será del 20% y se prevé un
descenso de hasta el 30 % en el año 2030 (1), plazo fijado para el
funcionamiento íntegro del municipio a base de energías renovables generadas a
nivel local. Al contrario de lo que podría imaginarse, las medidas propuestas
para alcanzar estos ambiciosos resultados no se basan en grandes avances
tecnológicos ni en inversiones exorbitadas. Se plantean modelos de ciudad
densa, con la consecuente liberación de suelo agrícola, la mejora de
infraestructuras que favorezcan una movilidad sostenible, el incremento de
zonas verdes y vegetación en zonas urbanas y la exclusión de productos de
consumo y materiales de construcción que contengan ciertas sustancias
contaminantes o que impliquen procesos de producción agresivos con el medio
ambiente, entre otras actuaciones. El planteamiento no discierne en exceso del
trazado en algunos programas medioambientales más próximos. ¿Cuál es, pues la
diferencia que, si intentamos comparar resultados, sitúa a nuestro país al
nivel de un principiante con pocas esperanzas de progreso? Sin lugar a dudas, es
el concepto de ciudad como engranaje, la misma estructura horizontal con que se
llenan la boca nuestros políticos, la capacidad de respuesta de los gobernantes
para integrar activamente al ciudadano en el desarrollo del territorio. En
definitiva, la generación de esa conciencia comunitaria que defienden los
especialistas en gestión urbana y que tan pocos dirigentes fomentan. Un
sentimiento de identidad que lleva al respeto por el entorno y hace de la
ciudad un lugar cómodo, accesible y cercano; ése que incita a los padres y
madres de Malmö a educar a sus hijos con total libertad y autonomía, dejándolos
jugar solos en parques que aquí tacharíamos de trampas letales o “abandonándolos”
dormidos en sus cochecitos fuera de la cafetería donde ellos desayunan
tranquilamente.
De inmediato, nos sobreviene otra
pregunta: ¿Es esta situación trasladable a nuestro país, donde prima el éxito
particular por encima de todas las cosas, donde el ciudadano de a pie solo
parece tener importancia meses antes de las elecciones, donde el largo plazo
termina a los cuatro años, donde muchos aparcan sobre las aceras para que otros
no les rallen SU coche? Nuestra sociedad individualista, evidentemente influenciada
por un sistema que permite gobernar a quien prefiere construir velódromos a
solucionar problemas de movilidad, es una sociedad educada en el egoísmo, en el
beneficio personal e instantáneo, en la trampa y en la cutrez, en objetivos que
anteponen la cantidad a la calidad: en un cúmulo de despropósitos y algunos
parches con buena intención, pero poca continuidad.
Sí, podríamos intentar parecernos
a ellos, pero deberíamos empezar por ponerlo todo del revés.
(1) Datos en relación al año 2005.
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