Este sábado, nos vestimos de etiqueta para asistir a la
ceremonia de graduación de los 10 mini-Arquitectives participantes en el curso organizado
por ABSAC, que impartimos desde el pasado octubre en el Colegio Ágora. Superada
la emoción, queremos hacer balance de lo que han dado de sí estos tres meses...
Que no es poco.
El primer día, tras superar algunos llantos desconfiados, tomamos
contacto con la arquitectura a través de las formas geométricas, ésas que
aparecen en cualquier esquina, en cualquier edificio, en todos nuestros
escenarios cotidianos. Las buscamos en edificios contemporáneos, en Egipto,
París y Copenhague; competimos con Kandinsky en composiciones suprematistas;
inventamos motocicletas y bancos de peces a partir de simples rombos... Y
salimos a la calle ávidos de geometrizar el mundo.
La segunda jornada empezó a oscuras, cuando equipados con
linternas nos escabullimos bajo improvisadas cuevas prehistóricas. En este
mundo paralelo (donde algunos rejuvenecimos varias decenas de años) descubrimos
la magia de las sombras, su capacidad para modificar los espacios y llenarlos
de matices, y utilizando nuestros propios vitrales, creamos escenografías de
mil colores.
También a oscuras, esta vez con los ojos vendados, entramos
en la tercera sesión, con los oídos muy abiertos, listos para captar los
sonidos que deparaba nuestra ciudad inventada. Pero además de escuchar los
coches, los pájaros y el alboroto de los ciudadanos, reconocimos diferentes
espacios a través de sus olores, de su tacto y sus sensaciones. Así, el pan nos
llevó al barrio, el café, a casa de la abuela; las hojas caídas, a la plaza; el
césped y el aire, a un parque de las afueras. Lo imaginamos y lo dibujamos (ya
con los ojos abiertos), para finalmente experimentar con las texturas en obras
dignas de los mejores artistas plásticos.
El cuarto día jugamos con las escalas reflexionando, a
través de Ricitos de Oro y sus problemas con platos, sillas y camas, acerca de
las medidas del cuerpo humano y de los objetos que utilizamos en nuestra vida
cotidiana. Al final de la sesión, regalamos estupendos espacios a unos
personajillos venidos desde lejos, que regresaron contentísimos con sus nuevas
naves, castillos y casas con columpio.
El tema del quinto sábado se centró en la vivienda, ese
espacio que creemos controlado pero que esconde tantas incógnitas. Después de
ver casas sobre cascadas, casas huevo, casas transparentes, casas minúsculas,
estuvimos muy atareados levantando nuestro propio tipi indio... Donde, tras una
dura tarea, descansamos orgullosos por el trabajo bien hecho.
Así, entre círculos, luces, texturas, grandes sillas y
viviendas, llegamos a la última sesión del curso, durante la cual nos
convertimos en ciudadanos de un colorido barrio, en cuya plaza nos acomodamos
para la sesión fotográfica de la jornada.
Y como todo curso que se precie, el grupo de
mini-Arquitectives tuvo su ceremonia de graduación, acreditada con un
merecidísimo diploma y una chapa que deja constancia de lo que ya son, entre
muchas otras cosas: PEQUEÑOS GRANDES ARQUITECTIVES.
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